domingo, 6 de noviembre de 2011

EN "LA LOMITA"


Todavía no me he preguntado por qué no busqué explicación alguna  a lo que me sucedió. Se los quiero contar. Era el primer día que volvía a salir a caminar; llevaba la silla de camping verde claro que mi marido me había comprado para que me sentara a descansar  y a disfrutar en  “La Lomita”, un pequeño predio de mi familia, cercano a mi casa, que sobrevivió  algo a tanta civilización que últimamente nos había agobiado con sus ruidosos movimientos.  Pero ese día, el mediodía elegido para animarme a intentar respirar nuevamente el aire fresco sin miedos, no vi pasar a nadie por el camino;  raro… pensé. Era domingo y aproveché que mi marido visitaba a sus nietos y que yo aún no podía o no quería ver nadie para evitar el contagio de un raro virus que me había afectado . Era invierno y el sol entibiaba suavemente el aire. Llevaba el celular nuevo, sacaría lindas fotos, hasta me había llevado el termo con té caliente-todavía otra cosa no podía tomar -todo para demostrar que me  despejaría del letargo, de esos días tan largos con fiebre, de ese extremo cansancio que me abatía. Mi marido, atento a todo lo que pudiera devolverme la alegría y mi habitual ánimo, había casi agotado su inventiva-que es mucha- con regalitos: un juego de té de porcelana inglés con florcitas rosas para que tomara el té con-“mi taza”, libros,-que yo no  llegaba a leer… C.Ds  que no terminaba de escuchar… Pensaba en mi trabajo, en mis obligaciones y me sentía todavía más frágil. Bueno, ya me sentiría bien, como antes…afrontaría como siempre lo había hecho en la vida las adversidades, y todo estaría bien…Casi ni advertí que había llegado a La Lomita. Hay muchas piedras y pozos en el camino  y  ahora con mis cincuenta y pico, aunque bien llevados, y mi sobreviniente convalecencia caminaba cuidándome de cualquier tropiezo. Crucé el cerco, y subí un trecho por el montecito, con esfuerzo. Acomodé mis bártulos y  la silla en un lugar, encerrado entre unos espinillos – de los pocos que quedaron -desde el cual se ven las sierras, el cielo y el camino que serpentea  perdiéndose en el nuevo barrio y ya casi agotada me senté ; mis lentes ya se habían vuelto oscuros y a pesar del sol radiante no  alcanzaba a sentir el calor  que buscaba. Bueno, un rato y ya lo sentiría… Una suave brisa parecía mecer  mi silla, dentro de la cual, con todo el abrigo que llevaba puesto,  parecía acunarme entre sus  brazos. Me gustaba sentarme allí porque también veía un grupito de piedras de la montaña con plantas agrestes alrededor y recordaba que por su lado pasaba el cañadón-el antiguo cauce de un río, según decían…lo recordaba como  un lugar muy bello rodeado de  grandes algarrobos, de chañares, piquillines, aromos, de talas, garabatos…cardos… lagañas de perro…uvitas del campo…campanitas …y ese suave vientito …Me debo haber quedado dormida; si, claro, porque desde esa liviandad que experimentaba, me desperté cayendo  sobresaltada, con  la sensación de que alguien me estaba mirando y  me incomodaba ;me puse nerviosa;  ahora me sentía medio ridícula allí sola un domingo, una señora como yo, haciendo nada, o peor: dormitando en  una  silla de camping con una taza de porcelana entre los yuyos y un termo, arropada hasta la irreconocibilidad…podía ser algún vecino, alguno de tantos que pasaban preguntando el precio de los lotes, si era seguro, si había agua, si había luz… o tal vez un animal de los tantos que vagabundeaban últimamente; no sabía…o no quería abrir los ojos, sentía mucha ansiedad pero a la vez me resistía…por un segundo me pregunté donde estaba, y dudé. Antes de verla yo, sus ojitos marrones me clavaron con la mirada, parecían interrogarme; ni se inmutó cuando yo, algo asustada me incorporé en la silla; me miraba ahora  como cuestionándome algo, que yo no entendía. Estaba sentadita en las piedras, con una remerita a rayas grandes, rojas,  azules y blancas, un pantaloncito vaquero  arremangado –como el que usa mi nieta-y unos zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados, raros, como con suela de goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo y parecía que hubiera estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás, porque sí, se hubiera detenido a mirarme. Quise hablarle, preguntarle qué hacía allí, sin sus padres, tan chiquita- tendría 4 años- qué irresponsables dejarla sola en este lugar con todos los peligros que hay, además, hace frío… qué responsabilidad la mía, qué haría, pensé; quise decirle algo- sentí en ese momento una profunda compasión,  no sé porque-pero no me salían las palabras. Se me cruzó por la cabeza que de algún lado la conocía: esos ojiitos caprichosos, esa postura, sus manitos…  y traté de hacer memoria, pero  tenía el entendimiento como empastado. Ella permanecía inmóvil y solo el pelito volaba con el viento que se había levantado y parecía caminar  por encima de los pastos, rozándolo todo. Cerré mis ojos un instante -acobardada -y no  la vi más. Tardé poco en levantarme, no quería o no podía pensar…ya me quería ir,  el tiempo estaba cambiando. Levanté la silla, la estaba cerrando para guardar en el sobre, cuando vi algo entre las piedras: eran  hojas de papel que volaban; yo no las había visto antes. Dejé la silla en el piso, casi tirándola, me acerqué y empecé a tomarlas en vuelo, se escapaban… parecían hojas de un cuaderno, escritas a mano; las junté rescatándolas dentro del cuaderno que a mis ojos apareció detrás de una piedra, como esperando que yo lo encontrara; era raro, tenía una  tapa como de cartón viejo marca Aparcero con el dibujo de dos gauchitos, un rancho, unos arbolitos y un potrillo, algo de verde y un cielo; en la tapa estaba escrito con letra manuscrita : “Cosas que se me ocurren…”. A pesar del apuro por volverme a casa, y de cierta incomodidad que me había invadido, no pude resistir la curiosidad de leer alguna de estas hojas, y si bien hacía muchos, pero muchos años que solo leía los libros que estudiaba para mi trabajo, para rendir concursos, para resolver casos, para sumar y restar, una profunda necesidad de relacionarme con aquel escritor o poeta que vaya a saber por qué vueltas de las vida había extraviado sus apuntes, hizo que me fijara en el viejo cuaderno. Primero, me llamó la atención: había como una dedicatoria, que parecía una invitación, y estaba firmado, tenía la sensación de que abría una puerta con cada página que leía, eran cuentos y poesías, no sé si buenos o malos, solo sé que a esa altura no podía resistirme, era como darle la mano a alguien que se caía en  un pozo, y yo tenía que salvarlo, tenía que llevármelo, cuidarlo, restaurar sus hojas rotas, ponerles color nuevamente: si, yo tenía las acuarelas, los pinceles, hacía tanto que no pintaba… tenía voz para leerlo en voz alta… claro, también sabía música, podría interpretarlo, cantarlo…tendría música escrita? Yo Sabía escribir, como no, por algo había llegado al último cargo de la carrera, pensaba, por mis méritos…méritos… si mis méritos…no sé, de pronto me sumí en la desesperación, entré en pánico, podría yo hacerme cargo de un viejo cuaderno escrito por quien sabe quien, un loco quizás, abandonado a suerte, quien sabe porqué, justo allí en mi campo; porqué no había aparecido en otro lado, porqué justo ese día, un poco más tarde y el viento lo habría  llevado lejos, y yo no tendría ahora esta carga, si lo que quería era alivianarme, resolver todos los problemas que tenía para tener éxito en mi carrera, el trabajo, en la profesión, el estudio, en mi familia…Aceleradamente intentaba guardar todo en la bolsa, como un autómata, sin saber que haría después, tenía que irme, serena lo resolvería: lo guardaría, quizás lo escondería, total vaya a saber cuánto tiempo estuvo allí, además nadie me había visto, o si? No, si no había nadie en el lugar; mientras guardaba todo con apuro, no sé porqué ahora cuidando de no ser vista, un pequeño papelito rectangular una fotito, cayó de la bolsa queriéndose fugar; al tomarla en mis manos para guardarla nuevamente en la bolsa, con desmayo, la vi. Allí estaba igualita, sentadita en las piedras, con una remerita a rayas grandes, rojas, azules y blancas, un pantaloncito vaquero  arremangado –como el que usa mi nieta-y unos zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados, raros, como con suela de goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo y parecía que hubiera estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás, porque sí, se hubiera detenido a mirarme… Me transpiraban las manos, hacía mucho que no sentía que se me aflojaban las piernas, y que el corazón me explotaba, no podía respirar, creí que allí mismo iba a morir. No busqué explicación alguna. No sé, no podía o no quería, no sé. Estaba sola no podía contárselo a nadie: A mi marido? Que le diría? Que tenía un cuaderno que había encontrado… que una nenita…  que estaba allí… que no pude hablarle? Que no supe qué hacer? …
   Pasaron varios días, yo había mantenido mi secreto escondiendo el cuaderno y poco a poco lo empecé a leer…fui saliendo de ese estado de desesperación paranoica que tenía cuando lo encontré. Ya no le tenía desconfianza, es más me empezaba a familiarizar con su manera de escribir, me gustaba la tibieza que me trasmitía, volví a sentir esa compasión que experimenté ese día cuando la vi, allí en el predio sentadita en las piedras, con una remerita a rayas grandes, rojas,  azules y blancas, un pantaloncito vaquero  arremangado –como el que usa mi nieta-y unos zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados, raros, como con suela de goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo y parecía que hubiera estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás, porque sí, se hubiera detenido a mirarme.  Ahora leía cada renglón, cada cuento, como si viviera una aventura;  no sé si está bien escrito, nunca me lo pregunté, no sé si tiene faltas de ortografía o gramaticales nunca me fijé.
  Un día, hace poco, decidí que tenía que contar esto que me pasaba, y se me ocurrió –como a la autora del ahora mi cuaderno, titular  un blog: “Cosas que se me ocurren”- y saben, no había ninguno con este nombre, lo que fue para mí un muy buen comienzo. Pero sigue siendo un secreto, ya entre  bloggero.  Sé que me creerán, de todos modos con la ayuda de mi marido- también cómplice bloggero de mi secreto  escaneé su fotito  y las primeras páginas de su cuaderno, y acá voy a contar su historia…

P.D Nobleza obliga: Mi marido dice que la palabra “bártulos” es de él. Yo les digo que puede ser, que con los años, ya no quedan muchas cosas nuevas bajo el sol…
Otra: A los escritos que escaneé, les saqué la firma, porque todavía no he decidido liberar a la autora de la “clandestinidad”…Ahí van…


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