Todavía no me he preguntado por qué no busqué
explicación alguna a lo que me sucedió.
Se los quiero contar. Era el primer día que volvía a salir a caminar; llevaba
la silla de camping verde claro que mi marido me había comprado para que me
sentara a descansar y a disfrutar en “La Lomita”, un pequeño predio de mi familia, cercano
a mi casa, que sobrevivió algo a tanta civilización que
últimamente nos había agobiado con sus ruidosos movimientos. Pero ese día, el mediodía elegido para
animarme a intentar respirar nuevamente el aire fresco sin miedos, no vi pasar
a nadie por el camino; raro… pensé. Era
domingo y aproveché que mi marido visitaba a sus nietos y que yo aún no podía o
no quería ver nadie para evitar el
contagio de un raro virus que me había afectado . Era invierno y el sol entibiaba
suavemente el aire. Llevaba el celular nuevo, sacaría lindas fotos, hasta me
había llevado el termo con té caliente-todavía otra cosa no podía tomar -todo para
demostrar que me despejaría del letargo,
de esos días tan largos con fiebre, de ese extremo cansancio que me abatía. Mi
marido, atento a todo lo que pudiera devolverme la alegría y mi habitual ánimo,
había casi agotado su inventiva-que es mucha- con regalitos: un juego de té de
porcelana inglés con florcitas rosas para que tomara el té con-“mi taza”, libros,-que yo no llegaba a leer… C.Ds que no terminaba de escuchar… Pensaba en mi
trabajo, en mis obligaciones y me sentía todavía más frágil. Bueno, ya me
sentiría bien, como antes…afrontaría como siempre lo había hecho en la vida las
adversidades, y todo estaría bien…Casi ni advertí que había llegado a La Lomita.
Hay muchas piedras y pozos en el camino
y ahora con mis cincuenta y pico,
aunque bien llevados, y mi sobreviniente convalecencia caminaba cuidándome de
cualquier tropiezo. Crucé el cerco, y subí un trecho por el montecito, con
esfuerzo. Acomodé mis bártulos y la
silla en un lugar, encerrado entre unos espinillos – de los pocos que quedaron
-desde el cual se ven las sierras, el cielo y el camino que serpentea perdiéndose en el nuevo barrio y ya casi
agotada me senté ; mis lentes ya se habían vuelto oscuros y a pesar del sol
radiante no alcanzaba a sentir el
calor que buscaba. Bueno, un rato y ya
lo sentiría… Una suave brisa parecía mecer mi silla, dentro de la cual, con todo el
abrigo que llevaba puesto, parecía acunarme
entre sus brazos. Me gustaba sentarme
allí porque también veía un grupito de piedras de la montaña con plantas
agrestes alrededor y recordaba que por su lado pasaba el cañadón-el antiguo
cauce de un río, según decían…lo recordaba como un lugar muy bello rodeado de grandes algarrobos, de chañares, piquillines,
aromos, de talas, garabatos…cardos… lagañas de perro…uvitas del campo…campanitas
…y ese suave vientito …Me debo haber quedado dormida; si, claro, porque desde
esa liviandad que experimentaba, me desperté cayendo sobresaltada, con la sensación de que alguien me estaba mirando
y me incomodaba ;me puse nerviosa; ahora me sentía medio ridícula allí sola un domingo,
una señora como yo, haciendo nada, o peor: dormitando en una
silla de camping con una taza de porcelana entre los yuyos y un termo,
arropada hasta la irreconocibilidad…podía ser algún vecino, alguno de tantos
que pasaban preguntando el precio de los lotes, si era seguro, si había agua,
si había luz… o tal vez un animal de los tantos que vagabundeaban últimamente;
no sabía…o no quería abrir los ojos, sentía mucha ansiedad pero a la vez me
resistía…por un segundo me pregunté donde estaba, y dudé. Antes de verla yo,
sus ojitos marrones me clavaron con la mirada, parecían interrogarme; ni se
inmutó cuando yo, algo asustada me incorporé en la silla; me miraba ahora como cuestionándome algo, que yo no entendía.
Estaba sentadita en las piedras, con una
remerita a rayas grandes, rojas, azules
y blancas, un pantaloncito vaquero arremangado –como el que usa mi nieta-y unos
zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados, raros, como con suela de
goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo y parecía que hubiera
estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás, porque sí, se hubiera
detenido a mirarme. Quise hablarle, preguntarle qué hacía allí, sin sus
padres, tan chiquita- tendría 4 años- qué irresponsables dejarla sola en este
lugar con todos los peligros que hay, además, hace frío… qué responsabilidad la
mía, qué haría, pensé; quise decirle algo- sentí en ese momento una profunda
compasión, no sé porque-pero no me
salían las palabras. Se me cruzó por la cabeza que de algún lado la conocía: esos
ojiitos caprichosos, esa postura, sus manitos…
y traté de hacer memoria, pero tenía el entendimiento como empastado. Ella permanecía
inmóvil y solo el pelito volaba con el viento que se había levantado y parecía
caminar por encima de los pastos, rozándolo
todo. Cerré mis ojos un instante -acobardada -y no la vi más. Tardé poco en levantarme, no
quería o no podía pensar…ya me quería
ir, el tiempo estaba cambiando. Levanté
la silla, la estaba cerrando para guardar en el sobre, cuando vi algo entre las
piedras: eran hojas de papel que
volaban; yo no las había visto antes. Dejé la silla en el piso, casi tirándola,
me acerqué y empecé a tomarlas en vuelo, se escapaban… parecían hojas de un
cuaderno, escritas a mano; las junté rescatándolas dentro del cuaderno que a
mis ojos apareció detrás de una piedra, como esperando que yo lo encontrara; era
raro, tenía una tapa como de cartón viejo
marca Aparcero con el dibujo de dos
gauchitos, un rancho, unos arbolitos y un potrillo, algo de verde y un cielo;
en la tapa estaba escrito con letra manuscrita : “Cosas que se me ocurren…”. A
pesar del apuro por volverme a casa, y de cierta incomodidad que me había
invadido, no pude resistir la curiosidad de leer alguna de estas hojas, y si
bien hacía muchos, pero muchos años que solo leía los libros que estudiaba para
mi trabajo, para rendir concursos, para resolver casos, para sumar y restar,
una profunda necesidad de relacionarme con aquel escritor o poeta que vaya a
saber por qué vueltas de las vida había extraviado sus apuntes, hizo que me
fijara en el viejo cuaderno. Primero, me llamó la atención: había como una
dedicatoria, que parecía una invitación, y estaba firmado, tenía la sensación de
que abría una puerta con cada página que leía, eran cuentos y poesías, no sé si
buenos o malos, solo sé que a esa altura no podía resistirme, era como darle la
mano a alguien que se caía en un pozo, y
yo tenía que salvarlo, tenía que llevármelo, cuidarlo, restaurar sus hojas
rotas, ponerles color nuevamente: si, yo tenía las acuarelas, los pinceles,
hacía tanto que no pintaba… tenía voz para leerlo en voz alta… claro, también
sabía música, podría interpretarlo, cantarlo…tendría música escrita? Yo Sabía
escribir, como no, por algo había llegado al último cargo de la carrera, pensaba,
por mis méritos…méritos… si mis méritos…no sé, de pronto me sumí en la
desesperación, entré en pánico, podría yo hacerme cargo de un viejo cuaderno
escrito por quien sabe quien, un loco quizás, abandonado a suerte, quien sabe
porqué, justo allí en mi campo; porqué no había aparecido en otro lado, porqué
justo ese día, un poco más tarde y el viento lo habría llevado lejos, y yo no tendría ahora esta
carga, si lo que quería era alivianarme, resolver todos los problemas que tenía
para tener éxito en mi carrera, el trabajo, en la profesión, el estudio, en mi
familia…Aceleradamente intentaba guardar todo en la bolsa, como un autómata, sin
saber que haría después, tenía que irme, serena lo resolvería: lo guardaría,
quizás lo escondería, total vaya a saber cuánto tiempo estuvo allí, además
nadie me había visto, o si? No, si no había nadie en el lugar; mientras
guardaba todo con apuro, no sé porqué ahora cuidando de no ser vista, un
pequeño papelito rectangular una fotito, cayó de la bolsa queriéndose fugar; al
tomarla en mis manos para guardarla nuevamente en la bolsa, con desmayo, la vi.
Allí estaba igualita, sentadita en las
piedras, con una remerita a rayas grandes, rojas, azules y blancas, un
pantaloncito vaquero arremangado –como
el que usa mi nieta-y unos zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados,
raros, como con suela de goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo
y parecía que hubiera estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás,
porque sí, se hubiera detenido a mirarme… Me transpiraban las manos, hacía
mucho que no sentía que se me aflojaban las piernas, y que el corazón me explotaba,
no podía respirar, creí que allí mismo iba a morir. No busqué explicación
alguna. No sé, no podía o no quería, no sé. Estaba sola no podía contárselo a
nadie: A mi marido? Que le diría? Que tenía un cuaderno que había encontrado…
que una nenita… que estaba allí… que no
pude hablarle? Que no supe qué hacer? …
Pasaron varios días, yo había mantenido mi secreto escondiendo el
cuaderno y poco a poco lo empecé a leer…fui saliendo de ese estado de
desesperación paranoica que tenía cuando lo encontré. Ya no le tenía
desconfianza, es más me empezaba a familiarizar con su manera de escribir, me
gustaba la tibieza que me trasmitía, volví a sentir esa compasión que
experimenté ese día cuando la vi, allí en el predio sentadita en las piedras, con una remerita a rayas grandes, rojas, azules y blancas, un pantaloncito vaquero arremangado –como el que usa mi nieta-y unos
zapatitos con tiritas, marrones, bastante gastados, raros, como con suela de
goma. Tenía flequillito, una vinchita roja en el pelo y parecía que hubiera
estado jugando por allí hasta recién, y que así nomás, porque sí, se hubiera
detenido a mirarme. Ahora leía cada
renglón, cada cuento, como si viviera una aventura; no sé si está bien escrito, nunca me lo
pregunté, no sé si tiene faltas de ortografía o gramaticales nunca me fijé.
Un día,
hace poco, decidí que tenía que contar esto que me pasaba, y se me ocurrió
–como a la autora del ahora mi cuaderno,
titular un blog: “Cosas que se me
ocurren”- y saben, no había ninguno con este nombre, lo que fue para mí un muy
buen comienzo. Pero sigue siendo un secreto, ya entre bloggero. Sé que me creerán, de todos modos con la
ayuda de mi marido- también cómplice
bloggero de mi secreto escaneé su
fotito y las primeras páginas de su
cuaderno, y acá voy a contar su historia…
P.D Nobleza obliga: Mi marido dice que la
palabra “bártulos” es de él. Yo les digo que puede ser, que con los años, ya no
quedan muchas cosas nuevas bajo el sol…
Otra: A los escritos que escaneé, les saqué la firma,
porque todavía no he decidido liberar
a la autora de la “clandestinidad”…Ahí van…